Deseo confesar el silencio, pero el silencio es inconfesable.
En ocasiones, mis cuentos perdidos tocan tocan tocan, galopando, la náufraga brisa roja del escenario.
Y me oigo mirar, en miradas ajenas, locuras de lirio en caricias daltónicas, decapitándose.
No hay ríos, ni estrellas, pero hay silencios rotos.
Mis pies empiezan: uno, dos. Mi boca sigue: sí, por qué.
Las páginas explotan, se explotan, inundándose: ronronea el recreo del reloj.
Se me rizan los rostros, se me borran las voces;
y, para cuando río, se me ha salido el silencio.
20/01/2015

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